
Por Utzu García
En términos conceptuales, los fenómenos climatológicos permitieron una jugada comunicacional maestra: El viaje de la lluvia, organizado por el colectivo valdiviano Lluviosa, prometía traer lo mejor de escena femenina de la capital del Los Ríos, y hasta se trajeron las precipitaciones.
El ciclo comenzó con un conversatorio, más que necesario, sobre la perspectiva de género en la gestión de la música, para dar paso al show musical.
Cabe destacar la puntualidad del evento: todo funcionó como reloj, cada presentación comenzó en el horario previamente establecido. El público también ayudó siendo puntual, evitando cualquier retraso. Se agradece aquello.
La primera artista en pisar el escenario fue Josefina Espejo, con una presentación impecable, que pudo dejar algunas dudas en su puesta en escena. Se notó nerviosa, un poco superada por el contexto, aunque el ambiente se caracterizó de principio a fin por ser amigable. Más de un centenar de personas disfrutando de la música y apoyando cada presentación. Espejo suple la falta de dominio escénico con una encanto auténtico y natural, que invita al espectador a acompañarla en el recorrido de su repertorio. Una muestra muy realista de una artista que da sus primeros pasos en los escenarios, pero ya compone con la experiencia de un veterano.
Caro Salinas y Valentina Maza presentaron sendos shows llenos de paisaje sonoro, texturas y un sinfín de evocaciones a la selva valdiviana, sus sonidos naturales, milenarios, ancestrales. Un viaje sónico que, acompañado del sistema frontal que se instaló sobre Santiago, logró una puesta en escena imposible de igualar. Es que con 30 grados celsius el resultado, quizás, sería muy diferente. Es música para el invierno, para la lluvia. inmersiva, permite adentrarse en la lluvia y su belleza prístina. Imposible no recordar la influencia de la música progresiva en estos trabajos. la presencia de Pink Floyd, pero con un resultado mucho más cercano al pop y la electrónica.
Luego sería el turno de Paskurana, una de las figuras femeninas a las que hay que poner atención. Partió acompañada de su guitarra para, luego, dar paso a su banda de soporte. Aquí empiezan algunos inconvenientes en el sonido. Desconozco si fue falta de experiencia o las condiciones que ofrece la Sala Patricio Bunster. Lo concreto es que la batería se comía todo el sonido, opacando al resto de la banda y la voz. Sin embargo, Paskurana estuvo a la altura, con una presentación sobria y efectiva, que da cuenta de un trabajo delicado, con músicos compenetrados, que trabajan para lograr el sonido colectivo que buscan.
Luego vendría el turno de Malicia. La banda liderada por Melisa Toro presentó en la capital a sus nuevos músicos que, de inmediato, mostraron estar en plena sintonía. Pablo Mura asume su rol de comandar el desarrollo instrumental a la perfección. Sabida es mi devoción por la banda, con una combinación soberbia de puesta en escena, performance, new wave, post punk, synth pop y elegancia. Una banda que perfectamente podría telonear a The Cure en noviembre, y no le quedaría para nada grande el poncho. El único pero, vuelve a ser el sonido, que impidió detacar la voz de Melisa Toro. Hay que destacar algo en Melisa: puede bailar, saltar y seducir al mismo tiempo que canta sin perder una sola nota. Chayanne gana millones haciendo playback.
Al final, Radiatta se transformó en la sorpresa de la velada, con un combo de electrónica y rock que le voló la cabeza a la audiencia. Si bien al principio la guitarra prácticamente no sonaba, el dúo supo transmitir la emoción de tocar por primera vez en Santiago (y en Matucana 100, no es menor). El proyecto recuerda a Miss Garrison en su etapa más under, a Nova Matteria, el dúo formados por los ex Pánico Eddie Pistolas y Carolina Tres Estrellas. Actitud tienen de sobra y talento también. Nico Montano tiene el carisma de sobra para hacerte de un cartel enorme. Para seguirles la pista.
En resumen, El viaje de la lluvia fue una apuesta que funcionó como pocas veces puede pasar. Se alinearon los planetas y las nubes para dar rienda suelta a una escena a la que hay que ponerle atención. En muchas localidades del país están creciendo ecosistemas musicales que dan que hablar, pero lo de Valdivia es superlativo: la combinación de talento, artistas que se la están jugando en serio por sus proyectos y un sentimiento de trabajo colectivo y solidario entre sus partes, dan como resultado una puesta en escena digna de aplausos. Queda pendiente la tarea del sonido, pero es algo que, de seguro, va a ir mejorando. Para no perderse los próximos viajes que la lluvia desee emprender.