Gracias, Shakira

Por Utzu García

Me costó encontrar las primeras palabras para el desarrollo de esta columna. Es cierto que es normal, que las primeras líneas son las más difíciles, pero, al encontrar el ritmo, la pluma cobra vida propia y escribe sin poder detenerse, ante la captura de nuevas ideas y conceptos. Es que son tantas las aristas, que ir directamente al grano con lo que me convoca es imposible.

Ha sido una semana muy agitada para el show business, muy entretenida, en donde la farándula global se está dando un auténtico banquete en honor a Baco con una historia que, a pesar de comenzar recién hace un par de meses, se candidatea firme para ser la guerra mediática del año.

Hay aristas de género, sociales, éticas, conservadoras, culturales o mediáticas: la lucha del feminismo que se adjudica una victoria sobre el patriarcado; los machitos que sienten que la cantante raya en lo patético; marcas de renombre como Casio y Renault (marcas que, por si solas, jamás habrían logrado estar en boca de todos en la era de las redes sociales) defendiéndose y sacando provecho al mismo tiempo; los que ya están hasta la coronilla con el asunto pero igual participan del debate manifestando su desinterés en sus propias redes, o comentando en las cuentas de otros contactos o en la caja de comentarios de los medios digitales que no les interesa y que por favor publiquen otras noticias. Acontecimientos que, por supuesto, no van a leer, porque están comentando los artículos sobre Shakira.

Entonces, me cuestiono ¿estoy escribiendo un clickbait, así no más y sin asco? De inmediato me respondo y creo que no. Y es que, puñetazos más, piñas menos, Shakira me dio el argumento que por años busqué. No voy a mentir, mis columnas de opinión más leídas han tenido una carga intencional de polémica. En las extintas Revista Emergente y Zampoña escribí sobre cómo la primera edición de los Premios Pulsar parecía una graduación de cuarto medio en liceo municipal y sobre cómo se habían acabado las bandas de rock importantes después de la separación de Los Bunkers en 2014, respectivamente. Ambos artículos fueron comentados y bullados, llegando a recibir respuestas desde las que aplaudían el arrojo hasta los insultos y amenazas de poca monta, en especial de parte de rockeritos que sentían que habían mejores bandas que los penquistas, sin entender que hablaba de masividad y ventas, mas no de calidad (igualmente, la calidad de Los Bunkers sí es superior).

Lo mismo pasó con opiniones recientes que publiqué en este portal, sobre la Feria Pulsar y el rol de los periodistas musicales en Chile, aunque con comentarios más favorables. Ningún review, ni ninguna entrevista con músicos hablando de su música consiguieron algún eco en el público. Ni el más mínimo.

¿Por qué pasa eso? Por que muchas veces falta el picante en lo que escribimos. A muchas y muchos no les gustará leer esto, pero el chisme vende. Y ¡válganme todos los dioses juntos! El chisme como modelo de negocio puede ser una mina de oro. Mi hermano, el historiador Sebastián García, me explicaba que el éxito comercial de la saga “Historia secreta de Chile” de Jorge Baradit se debía al tratamiento de conventillo que se daba a sus textos, vendiendo anécdotas y datos sabrosos de nuestra historia – ya sabidos – como si de descubrimientos se tratara. Luego vinieron los tomos de «Historias desconocidas de Chile» de Felipe Portales e «Historia Secreta Mapuche» de Pedro Cayuqueo, en claros intentos por replicar el éxito editorial. También está la colección de «Historia Freak» de Joaquín Barañao («Historia Freak de la Música» está más que recomendado), cuyos datos raros en cada libro hacen las delicias del lector. Nos gustan las biografías, esas en donde las relaciones están rotas, las peleas llegan a oídos de todo el mundo y las extrañas costumbres de algunos protagonistas nos sorprenden de sobremanera y las comentamos en las oficinas, sobremesas y after hours. La biografía no autorizada de Los Prisioneros escrita por Freddy Stock o las dos ediciones de Claudio Narea son mucho más atractivas para los libreros que las entrevistas a Jorge González (he leído “Mi vida como prisionero” de Narea, el de Stock e “Independencia Cultural”, en donde Emiliano Aguayo conversa con González y los tres son muy buenos) porque contienen mucho más cahuín. Nos guste o no, el cahuín es lo que vende en el negocio del entretenimiento.

Siempre he dicho que a la música chilena le falta chisme. Se lo he dicho a mis colegas de los sellos independientes, a los artistas, a los dos o tres periodistas que hablan de música independiente en Chile, a productores, bookers, managers… y mi opinión nunca ha encontrado mucho eco, y lo entiendo, porque el artista tiene la tendencia a cuidad lo prístino de su obra en el contexto netamente artístico, sin querer que su trabajo sea manoseado por el profano mundo de los dimes y diretes. Pero, seamos honestos, nunca vamos a escuchar a dos señoras hablando del eximio trabajo del productor del álbum de una banda que se presentó en las terrazas de la Feria Pulsar o de cómo han mejorado los solos de un guitarrista rock. Lo qué si vamos a oír, es a cientos de señoras y señores en la fila del almacén o en un asado hablando de la venganza de Shakira, el descaro de Piqué o la poca vergüenza de la niña de 23 años que destruye hogares.

Porque la clave del éxito no está en la excelente producción de Bizarrap (a mí me gustó la canción, lo reconozco): está en lo sabroso de cada episodio de esta teleserie. Que Piqué llevaba a su amante a la casa. Que el logo de Shakira iba a aparecer en la camiseta del Barcelona debido al acuerdo con Spotify, que le avisaron a Piqué que su formato de Copa Davis no iba más, que Shakira compara a la otra niña con un Casio y un Twingo, que Piqué anuncia acuerdos comerciales millonarios con ambas marcas,. Que Shakira tiene a la ahora ex suegra de vecina… lo siento Netflix, pero en este momento no tienes nada tan bueno para ofrecer y competir, así que ¡anda y compra los derechos de la historia!

¿Cómo me he enterado de esto? Por los posteos de mis contactos en Instagram y Facebook, por los videos que se han hecho viral en YouTube, porque en este minuto no hay nadie – con acceso a internet – en el mundo que no sepa de qué estamos hablando.

Y no es el campeón del mundo 2010 el único que ha capitalizado este escándalo. En apenas dos días, la colaboración de la colombiana con el argentino ya suma más de 100 millones de reproducciones en Youtube y 30 millones en Spotify, aspirando a ser el fenómeno musical del año. Para que se hagan una idea, entre las dos plataformas, y en sus primeros dos días, el sencillo ha recaudado más de 300 mil dólares, algo así como unos 250 millones de pesos chilenos. Lo suficiente como para pagarle un salario mínimo a 609 compatriotas. Y ojo, que esto es en los primeros dos días. Los números seguirán creciendo, vendrán los Grammy, los MTV Music Awards, los Premios Lo Nuestro donde, al ser ambos artistas sudamericanos, tienen todas las de arrasar, y una larga lista de acontecimientos que sucederán en las próximas semanas.

Cuando hacía Sonidos del País, un programa de culto a estas alturas de difusión de música independiente, pero que en vivo escuchaban muy poquitos porque solo se hablaba de música, existía el mandamiento de centrarse en la música y no contar cahuines internos. Me arrepiento tanto…

¿Por qué esta columna se titula “Gracias, Shakira”? Por que por años necesité un ejemplo así de contundente para sostener que a la música chilena le falta historias interesantes que contar. Ozzy Osbourne mordió un murciélago en un concierto en Des Moines, Iowa, en 1982. Esa, y la historia sobre su genética hecha para el carrete, son las historias más interesantes del fundador del cantante. Bono de U2 anda por el mundo de activista político (yo no le compro, pero el mundo parece que sí) y hace más noticia por eso que otra cosa. Dave Grohl aparece en las noticias con mucha frecuencia porque reaccionó a un fan que se parece a Kurt Cobain o porque habló de Nirvana. También aunque sin querer decirlo explícitamente, en conversaciones entre amigos más de alguno se pregunta maliciosamente cómo murió el vocalista de Foo Fighters, dando a entender que Colombia y rockstar no es una buena mezcla. No me consta en lo más mínimo que esto último sea así, pero no falta el que lo plantea.

Con todo el respeto que nos merecemos todos los profesionales que estamos detrás de la producción, distribución y difusión de obras musicales, a la gente le vale bien poco lo que hicimos en nuestras horas de trabajo. Si nos echamos un desmadre y eso se ventila, puede ser más interesante. Un ejemplo bien sencillo es ver a esas bandas del under que sólo salen a la luz más allá de su séquito cuando uno de sus músicos se enfrenta a alguna funa, y ahí todo el mundo habla de ellos, comentan en sus redes y opinan acaloradamente. Clara-mente no es la forma en que alguien quiere ganar notoriedad, pero por ahí va la cosa.

A la música chilena le falta ese elemento que lo ponga en boca de todos. Falta contar historias.

Industria Musical, Opinión

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